19. La ventana que no mira al mundo
En el piso 14 de un viejo edificio gubernamental —cerrado hace años por supuestos problemas de estructura— hay una oficina que nadie menciona. Fue sellada, archivada y olvidada. Pero alguien, hace poco, forzó la puerta.
Javier, técnico en archivos históricos, fue asignado a digitalizar documentos abandonados en los niveles superiores del edificio. Lo enviaron solo, con una laptop, guantes y la orden de no tocar nada que no estuviese registrado. Era un trabajo aburrido: polvo, cajas húmedas y silencio. Hasta que subió al piso 14 y encontró, al final de un pasillo, una puerta sin número. Lo curioso no fue la puerta, sino la luz que salía por debajo: una luz opaca, como la de un atardecer encajado en una caja.
La puerta no debía abrirse, pero no estaba cerrada. Al empujarla, un leve crujido reveló una habitación intacta. Escritorios oxidados, sillas desarmadas y, al fondo, una ventana. Una única ventana sin cortinas, sin marco visible, incrustada en la pared como si siempre hubiese estado allí.
Javier no supo explicarlo, pero supo al instante que esa ventana no miraba hacia Managua. No daba a ningún patio, calle o edificio vecino. Lo que mostraba era... otra cosa. Un cielo demasiado oscuro para ser natural, sin nubes, sin estrellas. Solo una vastedad líquida, inmóvil. En el horizonte flotaban formas: estructuras negras, colosales, suspendidas en ese cielo ajeno. No se movían, pero cada vez que Javier parpadeaba, parecían estar más cerca.
Intentó cerrar la puerta y marcharse, pero la habitación ya no era la misma. El pasillo por el que había llegado no estaba detrás. Había otra pared. Otro techo. El aire era más denso. Al mirar el reloj, descubrió que los minutos ya no pasaban con normalidad: a veces retrocedían. A veces se detenían por completo.
La ventana seguía allí.
Pasaron horas. O tal vez días. No había forma de saberlo. Javier dejó de tener hambre. Dejó de tener sueño. Pero no podía apartar la vista de esa ventana. Algo detrás del vidrio —si era vidrio— parecía querer entrar. O tal vez lo había hecho ya.
Cuando finalmente se atrevió a acercarse, notó que la ventana no reflejaba su imagen. No mostraba sombra ni forma humana. Y sin embargo, del otro lado, una figura se levantaba lentamente desde la nada. No caminaba ni flotaba: simplemente crecía. No tenía rostro, pero tenía intención. Y su atención estaba puesta en él.
Javier comprendió entonces que la ventana no era un portal, ni una ilusión. Era un órgano. Un ojo inmenso que el edificio —o lo que se escondía detrás de él— usaba para observar el mundo humano. Pero algo había salido mal. La vista se había invertido. Y ahora él era observado desde un ángulo del cosmos que la mente no podía sostener sin fragmentarse.
Cuando intentó gritar, su voz no salió. Sintió la garganta seca, luego líquida, luego vacía. Ya no recordaba su nombre completo. Sabía que debía salir, pero no sabía de dónde. Porque la habitación ya no estaba en el edificio. La puerta estaba en otra parte. Afuera, el cielo artificial parpadeaba como un monitor defectuoso, y los objetos comenzaban a fundirse con sus propios reflejos.
Días después, un guardia de seguridad reportó que una ventana del edificio —la del piso 14, que nunca existió oficialmente— mostraba un paisaje extraño. No se reflejaba la ciudad. Ni el cielo. Solo oscuridad, y estructuras desconocidas que parecían crecer levemente con cada noche.
Nunca encontraron a Javier.
Solo su laptop, que al encenderse mostraba una carpeta vacía titulada “MIRAR_NO”, y un archivo .jpeg corrompido con una imagen incomprensible: una habitación sin paredes, una ventana flotante, y en el centro… algo humano, algo mirando, algo que ya no tenía ojos pero aún veía.
📚 Análisis de comprensión lectora
🔸 Exploración literal: ¿Qué le pasa a Javier?
Mientras digitaliza documentos en un edificio abandonado, Javier entra a una oficina sellada con una ventana imposible. A través de ella observa una dimensión ajena, y queda atrapado en una distorsión del tiempo, el espacio y la percepción. Nunca regresa.
🔸 Profundización inferencial: ¿Qué simboliza la ventana?
Esa abertura no muestra otro mundo: muestra la fragilidad del nuestro. La ventana es un umbral cósmico, un ojo que permite a entidades superiores mirar dentro de nuestra realidad, y cuando Javier la ve, esa conciencia lo reclama. No se trata de ver, sino de ser visto.
🔸 Reflexión crítica: ¿Qué propone este horror cósmico?
El cuento confronta la ilusión de que nuestra realidad es estable y aislada. Sugiere que vivimos ignorando —por salud mental— que podríamos ser apenas una celda de observación para inteligencias que existen en planos donde la lógica humana no tiene valor. Lo verdaderamente monstruoso no es que existan... es que podríamos haber sido diseñados solo para ser observados.
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