20. Donde termina el lenguaje
Las primeras palabras no tenían sentido.
Llegaron como garabatos escritos en márgenes de periódicos, en carteles publicitarios distorsionados por la lluvia, en fragmentos de sueños demasiado nítidos. Alex los notaba sin buscarlos: símbolos imposibles, letras sin alfabeto, fonemas que vibraban más que sonaban. No parecían errores ni ilusiones. Eran mensajes. Incongruentes, sí. Pero insistentes.
Empezaron a aparecer también en libros que ya había leído, reemplazando frases que antes entendía. Luego, en las paredes de su casa. En la madera astillada de los muebles. En la forma de las grietas del techo. El lenguaje, ese tejido invisible que sostiene la realidad, comenzaba a mutar. Y él era el único que lo veía.
No se lo contó a nadie. ¿Cómo hacerlo sin parecer paranoico o delirante? Pero cada nuevo símbolo lo empujaba más cerca de una comprensión que no sabía si deseaba alcanzar. Algo —alguien— lo estaba instruyendo. Y lo hacía sin prisa. Como quien guía a una criatura inferior hacia una verdad que no puede devolver.
Un día, en su desayuno habitual, encontró un huevo frito con la yema desplazada. No pensó en ello... hasta notar que la forma que había dejado en el plato era idéntica a un símbolo que había visto días antes en un cartel callejero. A partir de entonces, no pudo ignorarlo. Los objetos le hablaban. La forma de los pliegues en su camisa. La distribución de las piedras en la acera. Todo articulaba un lenguaje nuevo que no se valía de palabras, sino de estructura.
Lo más aterrador fue cuando ese lenguaje comenzó a reescribir lo conocido.
Las señales de tránsito cambiaban ligeramente cuando él pasaba. Los subtítulos de películas decían cosas que nadie más notaba. Las voces en las canciones se arrastraban una décima de segundo más lento para decir algo debajo de la música. Y todo eso —descubrió Alex— formaba un solo mensaje, repetido en múltiples niveles, cada vez más claro: “Aprendés a leer, perdés el mundo.”
Y estaba perdiéndolo.
El lenguaje común dejó de tener sentido. Las noticias, los textos, las conversaciones. Escuchaba a la gente hablar y no comprendía. No porque no conociera las palabras, sino porque ya no tenían peso. Eran sombras. Ecos de una estructura vieja. Él ahora entendía el esqueleto de la realidad, el código fuente de lo que sostiene el tiempo y la existencia. El lenguaje verdadero. El que precede a la conciencia.
Una madrugada, se despertó con un zumbido bajo el cráneo. No era dolor. Era como si su mente estuviera expandiéndose, como un archivo descomprimiéndose. La habitación ya no tenía forma exacta. Las líneas rectas no eran líneas. Los objetos no se mantenían en su lugar cuando no los miraba. En el espejo, su rostro se componía de caracteres que mutaban constantemente, como si su identidad fuera una variable reescribible.
Entonces lo entendió: el universo no era físico. Era lingüístico. Existía porque alguien —o algo— lo había escrito.
Y ahora que él sabía leer ese idioma, estaba obligado a participar. A escribir también.
La ciudad dejó de responder a sus movimientos. Las personas que lo cruzaban parecían no notar su presencia. Era un error en el sistema, una nota al margen que había aprendido demasiado. Comenzó a escribir compulsivamente en las paredes, en el suelo, sobre su piel. Intentaba comunicarse con eso que le había enseñado. Pedirle que lo detuviera. Que lo borrara.
Finalmente, la última palabra le fue revelada.
Era tan extensa, tan densa, que no pudo pronunciarla. Solo al pensarla, el mundo tembló. Las cosas se deformaron. La gravedad cambió dirección. El aire adquirió textura. Esa palabra era una llave, y con ella abrió un umbral detrás del lenguaje.
En ese espacio no había luz, ni forma, ni tiempo. Solo estructuras en espiral, vibrando como cuerdas, repitiendo una sola oración infinita que decía algo así como: “Fuiste escrito, y escribís, y serás reescrito.”
A la mañana siguiente, su apartamento estaba vacío.
En su lugar, sobre el suelo, un solo símbolo: un carácter nunca visto antes, que los lingüistas aún no han podido identificar… pero que varios han soñado sin saber por qué.
📚 Análisis de comprensión lectora
🔸 Nivel literal – ¿Qué le pasa a Alex?
Comienza a percibir un lenguaje oculto en su entorno. Poco a poco, ese lenguaje reemplaza el idioma humano, reescribiendo la realidad. Él deja de comprender el mundo como los demás y se convierte en parte de ese nuevo sistema.
🔸 Nivel inferencial – ¿Qué representa el lenguaje?
No es una metáfora: es el código estructural del universo. Al aprenderlo, Alex cruza un umbral prohibido, accediendo a niveles de existencia que no están destinados a la conciencia humana. El aprendizaje se convierte en transformación irreversible.
🔸 Nivel crítico – ¿Qué reflexiona este final?
El cuento plantea que la realidad puede no ser física, sino semántica: un constructo que depende de un lenguaje primordial. Aprender ese lenguaje —como un hacker cósmico— rompe la barrera entre el ser y el escribir. El conocimiento deja de ser poder y se vuelve condena.
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